En este momento que estoy pasando, una vez más, por grandes turbulencias en mi vida y con desenlace realmente incierto vuelvo a darme cuenta de la absoluta importancia de comprender a fondo el Bienestar.
No hablo de bienestar físico, económico, social o incluso psíquico. Hablo de un Bienestar estructural que no puede ser adquirido (ni sustraído) porque es nuestra naturaleza primordial. Análogamente al brillo del sol y las nubes, la irradiación del sol no puede ser adquirida, obtenida o forzada. No hay causa, como tampoco la hay en nuestro Bienestar fundamental.
En estos días con sus largas noches puedo tratar de tapar, gestionar o sustituir el inmenso dolor que siento en este momento, pero ahora SÉ que no llegaré muy lejos. Y, aun así, quiero escapar de tantísimo dolor que me aflige. Duele. Puedo tratar de buscar en objetos, personas o procesos algo que ahogue ese dolor siempre acechante. No resolveré nada.
Evitar dolor trae más dolor. Resistir a “lo que es” conlleva más sufrimiento. Ahora SE que no tengo que escapar a nada sino comprender más a fondo y ser absolutamente vulnerable a lo que vaya experimentando. Llegó el momento de amar hasta que duela porque más allá de ese dolor no hay dolor sino amor.
Más allá de mi dolor está la conciencia que atestigua este dolor. Eso es Amor. Esa consciencia impersonal generadora de experiencia y experimentadora es precisamente el Bienestar anhelado. Siempre ha estado allí. Ese Bienestar que no se resquebraja por mucho dolor que pueda sentir. Un Bienestar que es, en todo momento, testigo silencioso de mi dolor.
Al paraíso prometido, a la Plenitud o Bienestar, se llega simplemente renunciando a las barreras que impiden su estado de realización. No es tu personaje quien alcanza o adquiere el Bienestar, sino, precisamente, cuando cae y desaparece, restituye lo que siempre estuvo allí, un sol radiante. BIENESTAR.