En el corazón de la vida sólo existe lo siempre perfecto. No puedes mejorar lo que ya es perfecto. Sólo puedes descubrirlo. Sólo puedes re-conocerlo. Sólo puedes amarlo.
MOOJI
En esa búsqueda de comprender nuestra existencia y lugar en el universo, nos enfrentamos, consciente o inconscientemente, a una de las más profundas y persistentes ilusiones: la percepción de separación. Esta sensación, arraigada en la experiencia humana, nos lleva a vernos a nosotros mismos como sujetos diferenciados y aislados del mundo que nos rodea. Sin embargo, esta perspectiva, aunque percibida sensorial y corporalmente y aceptada en nuestro condicionamiento más fundamental, resulta de una comprensión superficial que ignora una realidad totalmente interconectada y unificada.
La ilusión de separación no solo moldea nuestra interacción con el entorno y con los demás, sino que también impacta y condiciona en cómo nos percibimos a nosotros mismos. Este sentido de separación es la raíz fundamental del sufrimiento y al inseguridad y detonante de numerosos desafíos emocionales y espirituales, alimentando sentimientos de soledad, miedo y desconexión. Pero ¿qué sucede si profundizamos más allá de esta ilusión? ¿Cómo cambiarían nuestras vidas y nuestro entendimiento del mundo si reconociéramos y abrazáramos la verdad de nuestra realidad más fundamental?
Vamos a explorar la naturaleza de la ilusión de separación, y cómo, al trascender esta percepción, podemos acceder a una vida más enriquecedora, armoniosa y amorosa. Al hacerlo, nos adentramos en un viaje hacia una comprensión más profunda y real de nosotros mismos y de nuestra experiencia vital, donde la división entre el yo y el/lo otro se disuelve, revelando la unidad subyacente que atraviesa, permea y contiene toda existencia.
No se trata de rechazar la experiencia de separación, del mismo modo que no es necesario intentar ajustar nuestra percepción al encontrarnos con un espejismo en el desierto. Sin embargo, podemos comprender la realidad más fundamental que subyace a la ilusión de separación, o, de forma análoga, la naturaleza ilusoria del espejismo en el desierto.
Un solo Sabor
Imagina estar en una travesía hacia tu esencia más profunda. En este viaje, a menudo, nos vemos o sentimos incompletos o imperfectos, buscando continuamente algo que nos complete o repare.
Pero ¿y si ya estuviéramos completos? ¿Y si no hiciera falta añadir o sustraer nada a lo que hay? Este viaje hacia la «Totalidad del Ser», aquello que el Zen llama lúcidamente “un solo sabor”, nos revela la indivisibilidad de la realidad y que la completitud o la perfección no es un ideal a alcanzar, sino una realidad siempre presente, aquí, en este momento, en el centro de nuestra existencia consciente. Ahora, en este momento.
Bajo este reconocimiento, las divisiones se disuelven, mostrándonos una realidad más clara y amplia de lo que realmente somos. Reconocemos por un momento que la puerta hacia nuestro interior que parecía tan oculta siempre estuvo abierta -de hecho, nunca hubo puerta ni separación alguna-, invitándonos a reconocer radicalmente nuestra identidad real.
“Aquí”, en este espacio sin lugar, y “ahora”, en este momento sin tiempo, reconocemos nuestra verdadera naturaleza, ese devenir donde somos más de lo que creemos. Porque bien es cierto que nada que puedas creer define, determina o contiene lo que realmente eres.
La Unidad de la Experiencia
Descubrirse en la inmensidad de la existencia es como despertar en un sueño, dándose cuenta de que el soñador y el sueño son uno y lo mismo. Esta revelación nos lleva al reconocimiento de la realidad de unidad fundamental, donde las fronteras entre el yo y el mundo se desvanecen.
Aquí, podemos darnos cuenta de que somos tanto el océano inmenso de la conciencia como las olas que se forman en él. Cada pensamiento, emoción y experiencia nos brinda una oportunidad única para reconocernos más profundamente. Si miramos con detenimiento podemos discernir la experiencia del experimentador y así favorecer la plena inmersión en la vida.
Se disuelven las fricciones y ya no me tengo que proteger de ninguna experiencia -dolor, inseguridad, frustración- ni tratar de alterarla o erradicarla, ya que toda vivencia es tan solo una (limitada) manifestación del potencial creativo apareciendo como este momento.
En esta danza de la vida tenemos la oportunidad de darnos cuenta de que no hay nada fuera -ni dentro- de nosotros; todo lo experimentado es una expresión creativa y limitada de la consciencia. Esta comprensión nos permite ver la vida como un flujo continuo, donde cada momento es una llegar y partir, un eterno comenzar y terminar. Todo es creativa impermanencia discurriendo en la insondable quietud de la presencia. Siguiendo las indicaciones de Ramana Maharshi: “Permite que llegue lo que tenga que llegar; permite que se vaya lo que lo que tenga que irse. Descubre lo que permanece”, se disuelven las fricciones de la experiencia.
La Danza de la Realidad
En ese estado de unidad, el tiempo está ausente, aunque discurra y las fronteras del espacio se desvanecen, aunque permanezcan sus límites. En este estado, la percepción trasciende la secuencia cronológica y la delimitación espacial, fusionándose en una experiencia de infinitud y continuidad.
Contemplo las nubes que se deslizan en el cielo, los pensamientos, sonidos y percepciones que van y vienen y las olas apareciendo y desapareciendo en la vastedad del océano. Lo conocido y conocedor, todo a la vez, uno, indiviso. Todo se expresa en simple conocer. Pura percepción. Pura presencia.
Cielo, océano, sonidos percepciones y pensamientos son un todo indivisible. No hay divisiones, fracciones ni recovecos que oculten lo recóndito. Es la danza de la totalidad apareciendo como experiencia en este mismo momento sin centro en torno al cual se organiza la percepción.
No contemplo el cielo, sino que me convierto en el cielo observándose a sí mismo. No experimento el océano, soy el océano percibiéndose a sí mismo, y no solo escucho los pájaros, sino que me transformo en ellos escuchándose a sí mismos.
Nada existe fuera de mí, ni tampoco dentro, pues no hay un «yo» como tal. Lo único que hay, lo que siempre ha estado, es Eso. Nada me impulsa ni me atrae, ya que no existe un «yo» central que organiza la experiencia. “Eso” es todo lo que es…siempre ha sido así.
Celebración vital
Cada instante de la danza de la totalidad se convierte en una oportunidad para celebrar y apreciar la vida en todas sus formas. La verdadera felicidad y plenitud, nuestra naturaleza esencial, está siempre a nuestro alcance, porque toda experiencia se expresa a través y desde la paz que somos. ¿O acaso, has experimentado alguna vez una experiencia fuera de ti?
En este estado de “Un Solo Sabor”, cada experiencia se transforma, permitiéndonos ver el mundo desde una perspectiva renovada. Ya no percibimos los eventos como obstáculos o meras metas a alcanzar, sino tal vez como valiosas oportunidades para crecer y profundizar nuestro entendimiento de la unidad en todas las cosas.
Esta comprensión nos lleva a abrazar cada circunstancia con mayor gratitud y amor, viendo cada cambio y cada desafío como un movimiento creativo de la vida. En esta danza eterna, cada paso es una afirmación de nuestra unidad con el universo, una celebración de la vida con todo lo que existe.
Yo y la Totalidad
Comencemos con una reflexión introspectiva. ¿Qué podemos afirmar con certeza sobre el ‘yo’, la esencia, el ente que experimenta y conoce todo lo que es? Primero, es evidente que uno existe, pues esa presencia es la que permite estar consciente o conocer estas palabras.
Además, otro hecho indiscutible es la capacidad inmediata de consciencia o conocimiento. Si no fuera así, nadie tendría conciencia de sus pensamientos, sensaciones o percepciones.
En definitiva, podemos decir, “existo” y este ‘yo’ que soy tiene conciencia de su existencia. Este autoconocimiento es el aspecto más familiar e íntimo de nuestra experiencia, compartido por todos. A menudo, nos referimos a esta presencia consciente como ‘Conciencia’, término que fusiona las dos cualidades fundamentales de nuestro ser, existencia y conocimiento, en una sola: Conocer.
¿Qué otra certeza tenemos acerca de nuestra experiencia del ‘yo’? Soy consciente de pensamientos, sensaciones y percepciones, pero estos no me conforman. Mi esencia es pura existencia y conocimiento.
Por tanto, podría compararse mi ser con un espacio vacío y abierto donde, en esa danza infinita, emergen y se desvanecen los objetos de la mente, del cuerpo y del mundo. Así como el espacio vacío, en términos relativos, no se ve afectado por lo que ocurre en su interior, también el espacio abierto y vacío de la Consciencia no se ve perturbado por ninguna manifestación mental, corporal o del mundo. Todo se revela como una danza en la “paz que soy”.
De esta manera podríamos concluir que YO es la Totalidad tomando forma de experiencia en este momento.
Danzando la Totalidad
En esta danza, cada movimiento, cada gesto, cada pensamiento es una expresión de nuestra unidad con el todo. Es radicalmente la expresión del todo. Reconocemos que no estamos separados de los seres que nos rodean, de la naturaleza, ni del vasto cosmos. Todo es una expresión de la misma fuente creativa, que algunos llaman Dios, Brahman, Consciencia, Vida o simplemente “Yo” y somos, cada uno, la totalidad de ese todo. Todos y cada uno somos la completa expresión de la conciencia en acción, y todos y cada uno somos la completa expresión de la consciencia en reposo.
Esta comprensión nos lleva a vivir con una mayor compasión y amor, no solo hacia nosotros mismos sino hacia todos los seres y objetos con los que interactuamos.
En la danza de «Un Solo Sabor», cada momento se convierte en una oportunidad para vivir con una plenitud y una presencia que trascienden el tiempo y el espacio. Descubrimos que no importa lo que la vida nos presente; el significado, propósito y belleza de cada experiencia es precisamente la belleza y la verdad de la expresión creativa de este momento. En esta danza, somos libres para ser nosotros mismos en nuestra forma más pura y auténtica, viviendo cada instante con una plenitud y presencia que van más allá de las limitaciones del tiempo y el espacio.
La Unidad en la Diversidad del Ser
Al final de nuestro viaje, descubrimos que siempre hemos estado en el mismo lugar. Nuestra constante búsqueda de soluciones y mejoras revela que el verdadero problema era nuestra percepción inicial: creer que somos alguien que necesita hacer algo para cambiar este momento. Al profundizar en la realidad de lo que es, nos abrimos al claro reconocimiento de que la felicidad, la paz y la plenitud son simplemente nombres alternativos a lo que siempre ha sido y es: YO.
«Un Solo Sabor» revela que no hay separación, ni jerarquías, ni maestros, solo una presencia consciente y plena que acoge y abraza este momento tal como es. Este reconocimiento profundo nos lleva a un estado de libertad verdadera: la libertad de simplemente ser, sin la necesidad de cambiar, añadir o quitar nada.
Aquí, ahora, en la simplicidad de este momento, descubrimos la plenitud de nuestro ser, siempre estable, siempre presente, siempre completo.
Aquí, ahora, en la unidad de la diversidad, en la diversidad de la unidad, descubrimos la verdadera esencia de la vida: una danza eterna de ser y experimentar, de presencia e impermanencia, un flujo constante de amor y conexión.