¿Qué deseas o anhelas ante todo en esta vida?
Esta pregunta la hago en mis talleres y las respuestas iniciales siempre son las mismas: Deseo una pareja especial, un nuevo trabajo, vivir sin trabajar, mas dinero, una familia, amigos o tal vez, algo menos tangible, el conocimiento del misterio de la vida o de Dios o la Iluminación.
A continuación, pregunto: ¿Si supieras con certeza que tu próxima relación en algún momento te hará miserablemente mal, seguirías deseando esa relación?
¿Si supieras con certeza que tu nuevo trabajo en algún momento te hará sentir miserablemente mal, seguirías deseando ese trabajo?
¿Si supieras con certeza que “más dinero” en algún momento te haría sentir miserablemente mal, seguirías deseando ese trabajo?
Todo el mundo, sin excepción, contesta, impecablemente: NO.
Si piensas en tu deseo hacia cualquier objeto, actividad, relación, ¿no es tal el deseo porque piensas que obtener, consumir o disfrutar ESO, te hará FELIZ?
Luego entonces, si miras con detenimiento, realmente no deseas el objeto, la actividad, la relación … deseas el sentimiento de paz, de plenitud, de bienestar que supuestamente conlleva ese objeto… deseas la FELICIDAD que, supuestamente, obtienes.
Hay muchos momentos en nuestra vida en que hemos sentido esa FELICIDAD la cual siempre venía precedida por la adquisición de un objeto, sustancia, relación…: a los 5 años, un viaje al mar, a los 10, ganar una competición, a los 15 años la primera relación romántica, a los 20 mi primer trabajo, a los 30 mi primera casa…
En todos los casos la experiencia de FELICIDAD, aparentemente inducida por estos diferentes objetos, es la misma FELICIDAD. La FELICIDAD a las 10 o a los 40 despliega el mismo SABOR o PERFUME cualesquiera sean los objetos que aparentemente la inducen.
Una misma relación a veces es FELICIDAD y otras SUFRIMIENTO, un mismo trabajo a veces es FELICIDAD, otras SUFRIMIENTO. El simple hecho de que un objeto, una relación o una circunstancia , en un momento dado, puede \\\»dar\\\» FELICIDAD y en otros SUFRIMIENTO, constata rotundamente que un OBJETO EN SÍ, NUNCA es portador de FELICIDAD.
La FELICIDAD simplemente es decir SI al momento presente. Decir NO es SUFRIMIENTO. Ese es el secreto. Así de simple. La FELICIDAD nada tiene que ver con un objeto o una actividad. Siempre tiene que ver con aquello que sucede en nuestra mente y en nuestro corazón.
Por otro lado, parece que la FELICIDAD es una emoción, como otra cualquiera, y que fluctúa con en el devenir de nuestra experiencia vital. LA FELICIDAD es como ese parche azul que aparece en el cielo y que asoma, discontinuamente, entre las nubes. Pero ese parche no es una apariencia local que aparece en el cielo. El cielo es el FONDO en el que deviene el ir y venir de las nubes. La FELICIDAD es así. La FELICIDAD es el fondo permanentemente presente de nuestro ser esencial.
¿Qué nos da acceso a ese lugar de paz, plenitud, bienestar, felicidad? Un SÍ incondicional a lo que acontece en este instante. Un SÍ incondicional a lo que ocurre en este momento. Un SÍ incondicional al momento presente.
Cuando negamos el momento presente -esto no debería ser así, no debería sentir miedo, frustración etc- nos resistimos a lo que en este momento acontece. Inmediatamente la FELICIDAD de ese FONDO insondable que somos, se cubre de nubarrones que oscurecen momentáneamente nuestra experiencia. Parece que hemos “perdido” la FELICIDAD.
Por lo tanto, la FELICIDAD nada tiene que ver con objetos, sustancias o relaciones, sino con el SI INCONDICIONAL o, dicho en negativo, la NO RESITENCIA al momento presente. Esperar obtener FELICIDAD de objetos, sustancias, experiencias, relaciones es la receta perfecta para el sufrimiento y la locura.
Ahora bien, decir SI no significa no actuar o someterse. Decir SI es aceptar la experiencia tal y como es. Decir SI es permitir que este preciso instante se despliegue plenamente en tí. Desde ese lugar de claridad encontrarás la respuesta que conlleva la acción más sabia.
DECIR SI al instante no requiere esfuerzo.
Simplemente DÉJATE SER.
Como dice Hafiz, el gran poeta:
Simplemente
siéntate aquí, ahora.
No hagas nada. Descansa.
Porque
tu separación de Dios
es el trabajo más arduo del mundo.