¿Quién soy YO?
Mediante la observación directa, prescindiendo de teorías, modelos y creencias, podemos concluir que “YO” es, simplemente, aquello que es consciente:
YO soy consciente o me doy cuenta de mis pensamientos, YO soy consciente o me doy cuenta de mis emociones, YO soy consciente o me doy cuenta del sabor del café, YO soy consciente o me doy cuenta del sonido del mar y de las olas estrellándose en las rocas, YO soy consciente o me doy cuenta de la visión y dimensión de esta habitación en la que estoy sentado en este momento…
” YO soy consciente” impregna absolutamente toda mi experiencia. Por tanto, mi experiencia es esencialmente \\\»el conocer\\\» de objetos de consciencia. El sentido y la experiencia del “YO” es testigo o presencia de este DARME CUENTA.
¿Cuál es la naturaleza de este DARME CUENTA?
La respuesta a esta pregunta no es tan inmediata como la anterior porque parece que la consciencia o el \\\»darme cuenta\\\» reside en la mente. Abro los ojos y veo el mundo, cierro los ojos y desaparece. Parece que la consciencia se limita y circunscribe al destino y a las fronteras del cuerpo, de la mente y del mundo. Pero cuando miro con más detenimiento no encuentro cualidades objetivas de “eso” que atestigua. No encuentro cualidades objetivas de la consciencia en sí.
Entonces comienzo a discernir entre objetos finitos y transitorios y aquello que es permanente e ilimitado. Hay un fondo que permanece invariable en el ir y venir de objetos mentales (pensamientos, imágenes, emociones, sentimientos, sensaciones, percepciones). Ese fondo permanente, soy YO. Y comprendo, además, que aquello que permanece no puede ser contenido por ningún objeto transitorio. La parte no puede contener el todo.
La consciencia no tiene límites y no ocupa un espacio. YO no tengo limites y no ocupo un espacio.
En un siguiente paso me doy cuenta de que esa aparente dualidad entre consciencia y objeto no existe en absoluto. La metáfora del cielo (principio permanente) y de las nubes (principio transitorio) se agota porque realmente no hay separación entre el conocer y el objeto conocido. El puro conocer es todo lo que hay; es lo esencial irreductible de nuestros pensamientos, emociones y percepciones. Todo es consciencia modulada por y a través de los objetos (de consciencia) que experimentamos.
Este entendimiento despliega y deviene en una suerte de libertad porque, radicalmente, deja de haber fronteras: no hay inicio o fin porque no hay nacimiento ni muerte (de la consciencia) , y no hay carencia porque no hay extensión o dimensión (de la consciencia).
YO SOY completo, sin carencias, y eterno, fuera del tiempo.
Esto conlleva literalmente al final del sufrimiento, porque determina el final de la carencia y el final del mayor de nuestros miedos, el miedo a la muerte.
Solamente podremos sentir compasión, y conscientemente acompañar en el sufrimiento a los demás (especialmente en la muerte), si perdemos el miedo a nuestra propia muerte (física).
Comprender la auténtica naturaleza del YO provee de una base renovada, en la que nuestra identidad innata cambia de posición y nos reta, a la luz de nuestra auténtica naturaleza, a encontrar nuevas respuestas en las formas de actuar, tomar decisiones o relacionarnos.