HACIA UNA DECISIÓN IMPERSONAL

No se inquiete por hacer o no hacer; lo más importante es que se mire a usted mismo.

Nisargadatta Maharj

En el vasto y misterioso paisaje de la experiencia humana nos batimos con la incesante necesidad de tomar decisiones y, a ser posible, acertadas. Desde las elecciones más triviales hasta las más significativas, nuestras vidas están (aparentemente) marcadas por la necesidad de decidir.  

La toma de decisiones es considerada parte integral de nuestra vida y hasta tal punto, como señala Tony Robbins, que parece regir la rueda de la fortuna de nuestra vida: “son tus decisiones y no tus condiciones las que determinan tu destino”.

Por ello, la supuestamente razonable necesidad de tomar decisiones acertadas, de considerar opciones y criterios adecuados, de sopesar, analizar y priorizar cuidadosamente alternativas o de evitar sesgos cognitivos, son algunas de las competencias que parece que debemos de adquirir para que nuestra vida tome en lo posible la dirección de la buena fortuna. Y cuanto más parece acelerarse y complicarse la vida, más parece apremiar la adquisición de tales habilidades.

El Foro Económico Mundial, también conocido como Foro de Davos, ha identificado varias competencias fundamentales que son requeridas en las empresas para enfrentar los desafíos del mundo empresarial actual. Estas competencias incluyen en primerísimo lugar el pensamiento crítico y resolución de problemas que permite analizar situaciones complejas, identificar problemas y encontrar soluciones efectivas…es decir, habilitar en la toma eficaz y eficiente de decisiones.         

Mente e Intuición

El punto de vista convencionalmente aceptado refiere a la mente como fuente principal de las decisiones humanas. A través de la percepción, el análisis y la evaluación de la información, así como la consideración de factores emocionales y sociales, la mente nos permite tomar decisiones que nos parecen coherentes con nuestros anhelos, objetivos y valores.   

La mente, en este contexto, se refiere a la capacidad cognitiva y de razonamiento que disponemos en cada momento. Utilizamos la mente para recopilar información, analizarla, evaluar opciones y considerar las posibles consecuencias de nuestras decisiones. A partir de aquí se derivan todas las teorías posmodernas para encontrar una mente y/o mentalidad que faciliten la toma de decisiones exitosa.  

La intuición, por otro lado, se basa en la sensación o percepción directa de algo sin un razonamiento o análisis consciente. Es una especie de \\\»saber sin saber por qué\\\». La intuición puede ser útil en situaciones en las que no tenemos acceso a toda la información necesaria para tomar una decisión o cuando hay plazos ajustados que no nos permiten realizar un análisis exhaustivo.

Mente e intuición son, en esta cosmovisión mainstream, complementarias en la toma de decisiones. La mente nos permite analizar y evaluar opciones de manera racional, mientras que la intuición nos brinda una sensación o percepción directa que puede ser útil en situaciones limitadas.

La clave bajo este paradigma está en comprender cuándo utilizar cada una y combinarlas de manera efectiva para tomar decisiones informadas y equilibradas.

Decisión y Decisor

El paradigma científico-psicológico actual que defiende la mente y/o la intuición como “herramienta” primordial y fundamental en la toma de decisiones pasa por alto una realidad o verdad mayor porque no cuestiona la (in)existencia de un decisor en el proceso de toma de decisiones.

La pregunta “¿Quién es el decisor?” resultará chocante, delirante, molesta, inapropiada, estúpida o incluso irreverente para quienes están cómodamente instalados en una cosmovisión materialista del mundo. En este sentido, la NO-DUALIDAD, el VEDANTA ADVAITA, invita a dar un paso más, señalando hacia la naturaleza ilusoria del decisor y, por ende, hacia la verdadera naturaleza de la toma de decisiones.

La no-dualidad, en resumidas cuentas, reconoce que no hay decisor, esto es, no existe algo así como un individuo (separado) que tiene que tomar decisiones en un mundo (separado).     

La Ilusión de Separación

En nuestra vida cotidiana, tendemos a ver el mundo y a nosotros mismos como objetos, como entidades separadas e independientes interactuando entre sí. Esta percepción de separación deriva en una sensación de una (falsa) limitación que nos mueve a buscar la felicidad, la paz y la plenitud en objetos, sustancias, relaciones, experiencias o situaciones … siempre más allá, en el futuro y fuera de nosotros mismos. Buscamos con ahínco y anhelo ese objeto definitivo que resuelva nuestra permanente sensación de carencia e inseguridad.

Sin embargo, si miramos cuidadosamente nuestra experiencia directa, podemos reconocer que la intermitente sensación de separación es tan sólo una pasajera ilusión. En realidad, percibimos y experimentamos siempre percepciones, sensaciones, pensamientos, emociones e imágenes transitorias en un fondo continuo e indivisible que llamamos “YO”.

Cuando tomamos decisiones desde la perspectiva de la separación, esto es, desde el punto de vista del individuo o yo separado, concluimos automáticamente que nuestras elecciones van a afectar positiva o negativamente a nosotros mismos o a terceros. Desde esa posición de separación tememos desviarnos por la “carretera del infierno” que, si no elegimos bien, nos entierre en un fondo eterno de malestar y sufrimiento.    

El Yo-Separado

Cuando nos situamos en el punto de vista del yo-separado, esto es, en la posición del individuo-decisor, aparece automáticamente la inseguridad -o incluso el miedo/stress/ansiedad- como expresión de la carencia y limitación percibida y nos preocupamos inmediatamente por el resultado futuro de nuestras decisiones.

De esta manera quedamos aparentemente atrapados en la dualidad perder-ganar, en la dualidad del ego. Bajo la perspectiva del yo-separado todas las decisiones serán críticas porque parecen tener el poder de determinar nuestro bienestar más fundamental: nuestra felicidad, paz, plenitud y libertad.  

La no dualidad nos invita a ampliar la mirada hacia lo impersonal, es decir, hacia la totalidad de la experiencia, donde salimos de esa visión contraída que nos identifica con un fragmento de la experiencia. Cuando nos identificamos con un fragmento de la totalidad, percibimos un límite cuyo destino creemos compartir. Esa es la razón por la cual aparece la inseguridad, que no es otra que el miedo a la muerte, a la extinción, en definitiva, del yo-separado.     

La Ilusión de Elección

Si paramos y auto-indagamos con seriedad podemos reconocer que todas las decisiones son simplemente expresiones -pensamientos, sensaciones y percepciones) arbitrarias de la totalidad, apareciendo en la totalidad que soy (YO), en este momento. No hay decisor que intermedie, eligiendo entre diferentes opciones para determinar la más acertada.  

Por lo tanto, si no hay un \\\»yo\\\» separado que tome decisiones, no hay decisiones correctas o incorrectas, buenas o males, ni hay objetos separados entre los cuales elegir.

La posibilidad de elección o de opciones implica necesariamente la existencia de un sujeto separado que elige entre objetos separados. Sin embargo, en nuestra experiencia directa, la separación es una ilusión. Toda la experiencia deviene continua e indivisible en nosotros. No hay fisuras en la experiencia que tracen una frontera entre un exterior y un interior, ni hay puntos determinados -opciones- que bifurquen la experiencia. Todos es “continuo conocer” de lo que “ES”.

El “lugar” indiviso en el que aparecen mis pensamientos es esencialmente el mismo “lugar” en el que aparece mi cuerpo, en el que aparece la mesa en la que me apoyo en este momento o el árbol que diviso por la ventana.

Un Sencillo Experimento

Tomemos, a modo de ejemplo, una elección/decisión muy simple. Es la hora del desayuno y alguien te pregunta, ¿quieres té o café? Tan pronto percibes esta pregunta aparece seguidamente otro pensamiento como por ejemplo “quiero tomar té”. Ese pensamiento siguiente emerge como cualquier otro pensamiento posible: “quiero tomar café”, “no lo sé todavía”, “no quiero nada”, o “que pesado el que pregunta”. Todo pensamiento llega directamente, sin intermediación, simplemente surge.

Siguiendo la secuencia, podemos ver que al pensamiento “quiero tomar té” acompaña otro que dice: “Elegí tomar té”.

El yo-separado se crea precisamente en esa tercera secuencia. El pensamiento, “elegí tomar té”, es el que encarna o construye al decisor en tiempo real. Pero en realidad, entre la pregunta, ¿quieres té o café? y el siguiente pensamiento, “quiero té”, no hubo un proceso de decisión alguno. “Elegí té” es una ocurrencia que aparece a posteriori.

En realidad, nadie ni nada elige el pensamiento” quiero té”. Por tanto, el pensamiento “elegí té” es una interpretación de una experiencia en la que en realidad no hay elección.

Simplemente hubo una secuencia de pensamientos apareciendo, al igual que la hay en toda sucesión de fotogramas en una película. Al visionar una película percibimos una ilusión de continuidad y de causa-efecto en la pantalla, pero realmente, de fondo, en lo real, no existe esa correlación más que como fotogramas que se suceden.

Del mismo modo, la aparente continuidad en la experiencia es reflejo de la totalidad en este momento y crea la ilusión de una causa-efecto entre dos pensamientos que no existe.   

La Gran Voluntad

En definitiva, pensamos que toda elección es el resultado de la voluntad de un decisor. Pero si nos detenemos y miramos con mayor precisión, podemos observar que toda aparente opción es resultado de la voluntad libre y creadora de la totalidad.

En el mundo convencional establecemos relaciones entre objetos que interactúan y se condicionan, multiplican y dividen mutuamente; fragmentos de la totalidad generando fragmentos. Parece que existen objetos separados que tienen esta cualidad transformadora, fotogramas que tienen esa cualidad transformadora. Además, cuanto más me pierdo como un objeto en un mundo de objetos, más asumo que tengo que resolver algo.   

Lo único que tiene voluntad creativa es la creación misma que incluye la libre opción de crear un aparente decisor con aparente voluntad.

La Decisión de Eva

Hace unos días mi hija Eva, 16 años, tenía que elegir el tipo de bachillerato que querría hacer el año que viene. Tenia dudas porque, aunque la preferencia es, claramente, arte, temía que su elección coartara posibilidades futuras.

Eva se encuentra en una disyuntiva: ¿Qué elijo?

Eva necesita elegir el objeto que le dé mayor seguridad. Pero, en la medida que está inmersa en el viaje de las opciones, la inseguridad aumenta porque el punto de partida está condicionado: Eva busca desde su identidad falsa; desde la carencia, desde la inseguridad y el miedo. Eva necesita elegir la mejor opción de futuro para disolver la inseguridad que siente en este momento.

Ante esto, simplemente le pregunté: Eva, dime … ¿Qué quieres hacer REALMENTE? En ese momento Eva abre los ojos, resplandece, la inseguridad se diluye y la respuesta aparece clara y nítida -ARTE-.

La pregunta ha (re)situado a Eva en sí misma, en su propia seguridad, en su propia naturaleza, en lo que ES en esencia: Paz, Felicidad, Plenitud, Libertad. Y, desde esa posición más real, ya no requiere hallar seguridad en ningún objeto o decisión de futuro.

Así, ante cualquier decisión importante en tu vida, pregúntate: ¿Qué opción refleja lo que es más cierto en mí? ¿Qué opción NO surge de la inseguridad, de la carencia y del miedo? ¿Qué opción refleja lo que (ya) soy?  

Hacia una Decisión Impersonal

La no dualidad nos invita a reconocer que la realidad última es una expresión indivisible y sin fisuras. No hay una dualidad inherente en y entre las cosas, sino que todo es, siempre, la expresión absoluta de la totalidad tomando una forma determinada. Por tanto, no hay decisiones \\\»correctas\\\» o \\\»incorrectas\\\» en el sentido convencional y cada decisión es una manifestación única de la totalidad de la existencia.

La toma de decisiones en el contexto de la no dualidad no implica una aparente inactividad o pasividad. Todo es acción, en cada instante; se trata de una acción espontánea que surge como expresión directa de la realidad última.

A medida que atravesamos nuestro condicionamiento y nos abrimos al reconocimiento de la naturaleza no dual de la existencia, nos volvemos sensibles a las necesidades del momento presente y actuamos en consecuencia. Percibimos menos fricción con el mundo y nuestras decisiones ya no están impulsadas por el miedo, la inseguridad, el ego o la búsqueda de recompensas personales, sino por una compasión más profunda y una sabiduría que trasciende la mente individual: la decisión impersonal.    

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