“Cuando estás libre del engaño, puedes disfrutar de la ilusión. Disfruta el sueño, pero disfruta el sueño siendo libre.”
MOOJI
La ilusión es uno de los fenómenos más fascinantes y enigmáticos que se presentan en nuestra experiencia humana. Desde tiempos inmemoriales, nos hemos sentido atraídos y desconcertados por la forma en que nuestros sentidos pueden engañarnos, y cómo nuestra mente construye realidades que no siempre, o mejor dicho, nunca, se corresponden a la realidad o verdad objetiva.
La ilusión, tal y como la entendemos generalmente, es la manifestación de la brecha entre nuestra percepción y la realidad misma. Nuestros sentidos son herramientas limitadas, diseñadas para captar una pequeña porción del vasto espectro de información que nos rodea y la mente construye una realidad subjetiva. A través de la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto, percibimos el mundo que nos rodea, pero esa percepción es subjetiva y está sujeta a interpretación.
Ilusión y mente
Nuestra mente, según el discurso científico, es un creador activo de significado y sentido. Toma los fragmentos de información que recopilamos a través de nuestros sentidos y los organiza en una narrativa coherente. Pero esa narrativa no siempre se ajusta a la realidad objetiva. En su lugar, se construye sobre la base de nuestras creencias, experiencias pasadas, prejuicios y expectativas. Nuestra mente es un filtro poderoso que nos ayuda a dar sentido al mundo, pero también puede distorsionar y deformar la realidad.
Así, la ilusión puede adoptar muchas formas. Desde las clásicas ilusiones ópticas que juegan con nuestra percepción visual, hasta las ilusiones cognitivas que afectan nuestra capacidad para razonar y tomar decisiones lógicas. Incluso en nuestra vida cotidiana, somos propensos a caer en ilusiones emocionales, donde nuestras propias emociones y deseos pueden colorear nuestra percepción de los demás y de nosotros mismos.
Comprendiendo el engaño
Pero ¿por qué nos engañamos a nosotros mismos? ¿Por qué nuestra mente crea ilusiones? La explicación científica señala que es un mecanismo de supervivencia. Nuestro cerebro está constantemente tratando de simplificar y organizar la realidad para que podamos tomar decisiones rápidas y eficientes. La ilusión puede ser una herramienta útil para eso, ya que nos permite llenar los vacíos de información y tomar decisiones basadas en suposiciones y generalizaciones.
Pero, por otra parte, cuando nos aferramos a nuestras ilusiones y nos resistimos a confrontar la realidad, podemos caer en trampas de autoengaño que nos impiden crecer y evolucionar. La ilusión puede ser seductora y reconfortante, pero también puede limitarnos y mantenernos atrapados en patrones de pensamiento y comportamiento inconvenientes, poco útiles o saludables.
La ilusión es parte intrínseca de nuestra experiencia y de nuestro condicionamiento. No podemos evitar encontrarnos con ella en nuestra vida diaria. Sin embargo, podemos aprender a reconocerla, a abrazarla como un fenómeno fascinante y a utilizarla como una oportunidad para expandir nuestra comprensión y trascender nuestras limitaciones.
Profundizando en el engaño
La ilusión en el contexto de la no-dualidad adquiere un significado aún más profundo. La no-dualidad es una enseñanza que señala radicalmente hacia la realidad; nos invita a despertar de Maya, del sueño ilusorio que envuelve nuestra existencia. La no-dualidad no es una filosofía o una religión o un conjunto de enseñanzas, es, simplemente, la Verdad, como dice Jean Klein. Es el señalamiento sin concesiones de “lo que es”. De esta manera, si miramos con atención nuestra experiencia directa, podemos constatar que no existe una separación fundamental entre el yo y el mundo, entre el observador y lo observado.
En la visión no dual, la ilusión se revela como la manifestación de nuestra persistente tendencia a percibir la realidad como fragmentada, dividida y, ante todo, separada de uno mismo. La ilusión es, por tanto, el resultado del hábito y de la tendencia a priorizar y preservar lo aprendido, lo conceptualizado y lo condicionado, sobre lo directamente observado.
Identificación con los contenidos
Desde la perspectiva no dual, la ilusión surge de nuestra identificación con los contenidos de la mente, con nuestros pensamientos, emociones, percepciones, sentimientos, imágenes y creencias. Nos aferramos a la idea de un \\\»yo separado” que interactúa con un mundo externo. A partir de este condicionamiento construimos una narrativa personal basada en la dualidad: bueno/malo, correcto/incorrecto, yo/otro.
Este aferramiento surge del falso reconocimiento de nuestra identidad real con nuestro cuerpo y nuestra mente: soy un cuerpo-mente separado, arrojado al mundo, en el que tengo que luchar por sobrevivir. La vida se convierte así, en una contienda de buenos y malos, en una batalla de ganar y perder para evitar morir.
Esta identificación con el cuerpo-mente nos lleva, además, a creer firmemente en la solidez y la realidad de las formas y los conceptos, generando así la ilusión de una realidad objetiva y separada.
La identificación cuerpo-mente sienta los pilares de la construcción de “lo personal”. De esta manera “Yo soy” un sinfín de atributos: Yo soy una persona con este cuerpo-mente, con una historia, con este pasado y estas heridas, avocado irremediablemente a un futuro incierto y ubicado en circunstancias y contextos que me condicionan y determinan.
Evidentemente, cuanto más me defino con atributos, cuanta más precisión trato de hallar en esa explicación, mayor el sufrimiento, la frustración y la desesperación, porque más me alejo de mi identidad real. “Lo que es” es “lo que soy” que es la ausencia de todo atributo o cualidad objetiva. “Lo que soy” es el espacio inefable que crea, sostiene y registra todo fenómeno, experiencia o atributo.
Disolviendo fronteras
La no-dualidad, por tanto, nos invita a trascender la ilusión de separación. Nos invita a reconocer que no hay una línea clara que divida al observador del objeto observado, al sujeto del objeto. La realidad siempre es experimentada directamente, sin intermediarios conceptuales, ni fracciones o divisiones. La no-dualidad nos invita a reconocer desde la experiencia directa la realidad tal como es, sin las interpretaciones y las construcciones mentales aprendidas y consolidadas que creamos en nuestro condicionamiento personal, social y cultural.
En este contexto, la ilusión se convierte en una invitación a volver a investigar y cuestionar nuestras percepciones, aprendizajes y creencias arraigadas. Nos desafía a trascender la dualidad y a reconocer la simplicidad de la unidad subyacente de “todo lo que es”.
La ilusión nos muestra que nosotros y nuestras experiencias son transitorias y cambiantes, que no hay una realidad sólida y permanente detrás de ellas. La experiencia directa, en cambio, nos revela que nuestras experiencias son transitorias y cambiantes, y que aparecen siempre en una realidad permanente, inalterable y consciente que llamamos “YO”.
Cuando confundo mi identidad última con la experiencia transitoria, en definitiva, con el cuerpo-mente, me alejo del reconocimiento de mi identidad real. El resultado es de inseguridad y miedo. El miedo psicológico, por tanto, es siempre el sabor del olvido de mí.
Desenmascarando la ilusión
El pilar central que nos mantiene sumidos en la ilusión, y por tanto en la inseguridad y el miedo, es la creencia condicionada de que somos este cuerpo-mente en dualidad/oposición con el mundo.
La práctica de la no dualidad implica desenmascarar las ilusiones y los velos de la mente, revelando la naturaleza última de la realidad. A medida que profundizamos en la comprensión de la no dualidad, comenzamos a ver a través de la ilusión de separación y a experimentar una conexión más profunda con todo lo que nos rodea. La dualidad se disuelve, y nos damos cuenta de que somos una expresión indivisible de la conciencia universal.
La no dualidad nos invita a trascender las limitaciones de la mente y a vivir desde un lugar de apertura, aceptación y amor incondicional. Nos libera de la ilusión de que somos seres separados, y nos muestra que la verdadera realidad está más allá de las apariencias superficiales. Nos invita a despertar a nuestra verdadera naturaleza, más allá de las ilusiones y las limitaciones autoimpuestas.
Vivir: el sentido último
En última instancia, la no dualidad nos lleva a la realización de que no hay nada que buscar ni lograr, ya que ya somos la plenitud misma. Nos invita a descubrir la verdad última más allá de las ilusiones y las construcciones mentales, y a vivir desde ese lugar de presencia consciente en cada momento de nuestra existencia.
Así, la ilusión en el contexto de la no dualidad se convierte en un recordatorio constante de despertar de nuestra tendencia a percibir la realidad de manera fragmentada y limitada. Nos desafía a mirar más allá de las apariencias y a descubrir la verdad más profunda y eterna que trasciende todas las ilusiones. Nos invita a mirar, en última y primera instancia, quienes somos y que es la vida.
De la misma manera que vamos al cine para sumergirnos plenamente en la experiencia porque precisamente reconocemos y comprendemos la ilusión, comprender la ilusión o el sueño de nuestra existencia nos permite zambullirnos mucho más en la vida; vivir sin velos ni abismos, vivir plenamente con más realidad.
Así, la ilusión se convierte en una invitación constante a mirar la experiencia directa, a despertar a la realidad última, a convertirnos en cada momento en maestros de la realidad, a vivir desde la plenitud, en lo netamente impersonal y experimentar la unidad de la vida, sin fricciones, en toda su expresión.