REFLEXIONES ACERCA DE LA VERDAD

El pensamiento no conoce la verdad; se disuelve en ella.

Rupert Spira

Hoy en dia, la lucha por la “verdad” se ha convertido en un auténtico campo de batalla, un terreno donde las convicciones de unos y otros se enfrentan con la vehemencia de ejércitos en guerra. Cada individuo, armado con su propia versión de la realidad, lucha por validar su perspectiva, anhelando la victoria de tener razón. Este conflicto perpetuo es a menudo el germen de discordias mayores, el preludio de confrontaciones que pueden escalar hasta convertirse en guerras en el sentido más literal y trágico. Palestinos o israelíes, ucranianos o rusos, derecha o izquierda, republicanos o monárquicos… el conflicto está servido.

La ilusión de verdad

Vivimos inmersos en un mundo donde la «verdad» es maleable, sujeta a las interpretaciones personales y colectivas que se moldean a través de nuestras experiencias, nuestra educación y el sometimiento a autoridades externas -como la ciencia o la religión- que consideramos portadoras de certeza.

Las percepciones y las creencias que acumulamos a lo largo de nuestras vidas se entrelazan para formar un tapiz que coloreamos con el nombre de «realidad». Estas construcciones mentales nos proporcionan un sentido de identidad y propósito, delinean nuestras pasiones y nuestros miedos, y nos guían en la toma de decisiones y en la forma de interactuar con los demás.

Sin embargo, estas mismas creencias y percepciones, tan reconfortantes y definitorias como parecen ser en determinados instantes, también erigen muros invisibles que nos separan de la verdad más esencial, universal e impersonal. Nos aferramos a nuestras verdades parciales con una tenacidad que a menudo excluye la posibilidad de una comprensión más profunda. En nuestra incansable y cansina búsqueda de certeza, ignoramos la naturaleza real de la verdad misma.

La verdad pura

La verdad pura, aquella que Rupert Spira describe como el silencio que sostiene el pensamiento, es inmune a los conflictos humanos. No se ve afectada por las guerras de palabras ni por las batallas de ideologías. Es un estado de ser que trasciende las barreras que nuestras mentes construyen, un silencio que espera ser reconocido en medio del ruido ensordecedor de nuestras certezas.

Reconocer esta verdad fundamental requiere una especie de desarme interior, una voluntad de soltar las armas con las que defendemos nuestras percepciones limitadas. Implica abrirse a la posibilidad de que lo que consideramos absoluto pueda ser, en realidad, solo una sombra de algo mucho más cierto y profundo. En este reconocimiento, quizás podamos encontrar un terreno común, un espacio donde la verdad no es una fuente de conflicto, sino un punto de unión, un lugar de silencio y de paz donde, finalmente, podemos encontrarnos unos a otros y a nosotros mismos en un nuevo punto de partida.

Disolviendo teorías enquistadas

Cada uno de nosotros mantiene su teoría del mundo, esto es, una serie de creencias y teorías acerca de lo que es la realidad. Estas creencias se basan en nuestras experiencias pasadas, en lo que hemos aprendido y en lo que hemos decidido aceptar como verdadero. Pero ¿cuántas veces nos detenemos a cuestionar estas creencias? ¿Cuántas veces nos permitimos sentir y experimentar el momento presente sin el filtro de nuestras ideas preconcebidas?

El dolor que sentimos, la alegría que experimentamos, el amor que compartimos; todas estas son manifestaciones de la verdad en su forma más pura. No están influenciadas por teorías o interpretaciones; simplemente son.

La verdad, en su esencia, no es algo que se pueda definir o encasillar en una serie de conceptos. Es algo que se vive y se siente en cada momento. Es esa conexión profunda con el aquí y el ahora, sin las distracciones de lo que «debería ser» o lo que «podría ser».

Un nuevo caminar

En lugar de buscar respuestas en el exterior o en las opiniones de otros, deberíamos aprender a confiar en nuestra propia experiencia. Después de todo, cada uno de nosotros es un reflejo único de la verdad, y nuestra experiencia directa es innegable.

En lugar de perdernos en un mar de teorías y conceptos, busquemos la simplicidad en el momento presente. Confiemos en lo que sentimos, en lo que vivimos, y permitámonos ser guiados por esa verdad interna que siempre ha estado ahí, esperando ser descubierta.

La verdad no es algo que se pueda encontrar en un libro o en una conferencia. Es algo que se descubre en la propia vivencia, en la experiencia de conexión con uno mismo y los demás. Y cuando nos permitimos vivir desde ese lugar de autenticidad y presencia, todo en la vida se vuelve más claro, sencillo y significativo. Hay menos fricción y mayor sensación y expresión de libertad.

Juan 8:32

Juan, 8:32, «Conocerás la verdad y la verdad te hará libre». Estas palabras han resonado a lo largo de los siglos como un llamado a la liberación a través del entendimiento y reconocimiento de uno mismo y de la ilusión del mundo que parece atraparnos. Para comprender plenamente la profundidad de esta afirmación, es esencial adentrarse en el lenguaje y la cultura en la que se originó.

Jesús, con su vasto conocimiento lingüístico, hablaba al menos cuatro idiomas: arameo, hebreo, griego y latín. Cada uno de estos idiomas tiene sus propias connotaciones y matices.

En los textos originales, la primera palabra «verdad» se traduce como «aletheia» en griego y la segunda como «emunah», en hebreo. Estas dos palabras, aunque se traducen al español como «verdad», tienen matices distintos en sus idiomas originales.

Aletheia y Emunah

«Aletheia», en griego, se refiere a lo que ha sido desvelado. Es aquello es innegable bajo lo oculto. La aletheia requiere, por tanto, desocultar previamente lo oculto. Es una verdad que es revela al desvelar el engaño. Queda así una verdad desnuda y manifiesta, despojada de todo engaño, de toda creencia, de todo aprendizaje, sin velos ni sombras.

Por otro lado, «Emunah» en hebreo tiene connotaciones de firmeza, fidelidad y confianza. No habla de una verdad objetiva, sino de una verdad en la que se puede confiar, una verdad que es constante y confiable. Una verdad que “ES”. Es aquella verdad que se vive y se siente en el corazón y surge de la experiencia directa.

Cuando se pronunciaron esas palabras, no solo se estaba hablando de una verdad objetiva o de un conjunto de hechos. Se estaba hablando de una verdad impersonal, una verdad que se reconoce y siente en lo más profundo del ser, una verdad que es confiable y constante y no atribuible a ninguna autoridad externa.

«Conocerás la verdad y la verdad te hará libre» es una invitación a conocer la verdad que trasciende a lo personal, una verdad que es cierta para todos en todo momento. Es, por tanto, una llamada a la liberación de lo personal, del ego o falso personaje, para permitir la inmersión en lo radicalmente real y la experiencia de plenitud vital en el eterno presente.

Quid est veritas

La verdad última se manifiesta ausente de toda forma. Parece una negación de la manifestación misma, pero no lo es. No hay opuestos. Es aquello que acoge toda forma. Así, cuando Pilato interpeló a Cristo en la cruz con la pregunta “Quid est veritas?», Jesucristo respondió con un elocuente silencio.

Este silencio es descifrado por Juan en su evangelio como un anagrama: «Est vir qui adest», apuntando directamente a la naturaleza de lo verdadero. La verdad emana, incluye y trasciende toda narrativa. La verdad como tal puede ser señalada, pero nunca expresada. Así como el silencio es inenarrable, cualquier palabra que lo quiera expresar lo niega, la verdad permanece como fondo de todo pensamiento.

Rupert Spira lo resume diciendo: «Todo pensamiento se disuelve en la verdad». El pensamiento es, por naturaleza, una ilusión. La verdad es el fundamento que lo precede, la quietud subyacente. La verdad es lo real y el pensamiento lo irreal. La verdad es permanente y todo pensamiento transitorio. La verdad es el silencio. La verdad eres tú; inalterable, inefable y eterno.

Explorar la libertad

La verdad, en su esencia, es una fuerza poderosa y transparente. No siempre se alinea con nuestras comodidades o deseos, pero tiene el poder inigualable de liberarnos de las cadenas que nos imponemos. Es una revelación que, aunque a veces puede ser dura, siempre nos lleva hacia la auténtica libertad.

Las expectativas, esas imágenes proyectadas que creamos en nuestra mente, a menudo nos atrapan en un ciclo de frustración y descontento. Cada pensamiento, cada emoción, no tiene peso ni juicio hasta que decidimos que debería ser de otra manera. Es en ese «debería ser» donde encontramos la raíz de nuestro miedo e inseguridad.

Lo que es real, lo que está presente, es lo único constante. Por otro lado, nuestras nociones de cómo deberían ser las cosas son meras ilusiones, construcciones mentales que nos alejan continuamente de la realidad. Es un juego lleno de sufrimiento, frustración y malestar, buscar nuestra paz y seguridad en estas ilusiones. Ningún objeto que pretendamos alcanzar es portador de la paz, felicidad y bienestar que anhelamos. Ningún logro ni relación nos da la plenitud y libertad que parece prometer. Todo ello es parte de nuestra confusión e ignorancia acerca de quienes somos realmente y que es fundamentalmente la vida.    

La simplicidad de la vida

La vida tiene una simplicidad obvia, instantánea e inherente, y la verdadera paz se encuentra en aceptar cada momento tal como es. Cuando dejamos de lado nuestras demandas y expectativas, cuando dejamos de buscar en el tiempo y nos sumergimos en lo que hay -pura presencia-, es cuando encontramos esa paz y satisfacción que tanto anhelamos.

En este presente habrá de todo: alegría y tristeza, dolor y alivio, bienestar y malestar. Todos los colores del arcoíris se despliegan en la inmensidad del todo creativo: este momento.

La libertad, por tanto, no es una meta lejana, sino la elección de presente. Es el reconocimiento de soltar, de aceptar y que nos lleva al fluir con la vida. Y en ese fluir, en ese abrazo del ahora, descubrimos lo real, la verdadera esencia de la libertad.

Epílogo

Todos llevamos un deseo profundo de conocer la verdad, de conectarnos con lo que es real y auténtico. Sin embargo, en el camino de la vida, nos encontramos con distracciones, ruidos y opiniones que a menudo nos desvían de ese norte. Quedamos aparentemente atrapados en un mundo lleno de estímulos y, a menudo, olvidamos mirar en la dirección de lo real, hacia el “ti mismo”,   aquello que conoce todos los estímulos. Dicho de otra manera, persiguiendo tanto objeto (cambiante) nos olvidamos de mirar en la dirección de lo real, del sujeto (permanente).    

La sociedad, con sus normas y expectativas, puede influir en nuestra percepción de lo que es «verdadero». Nos vemos atrapados en creencias, en lo que «debería ser», y nos alejamos de lo que realmente es. Pero, en el silencio de nuestro ser, en el origen de todo lo que es, encontramos la respuesta a lo que es verdad. No es ideología, no es creencia y tampoco dogma de Fe. Es sencillamente la experiencia simple y directa de lo que -ahora- es.  

La pregunta para ti: ¿Estás dispuesto a explorar y cuestionar tu teoría del mundo? En cualquier caso, si no lo haces, la vida -antes o después- lo hará por ti. La vida es un continuo despojarse de la mentira. Todo lo que no es cierto, terminará cayendo y deshaciéndose y solo quedará lo esencial, la verdad. 

Para concluir, en este viaje llamado vida, es esencial recordar que, a pesar de los constantes cambios, los desafíos y el tiempo, nosotros permanecemos inmutables. Nosotros somos en esencia verdad, consciencia y felicidad, SAT-CHIT-ANANDA.   

Al reconocer y abrazar esta verdad, no solo encontramos la paz que somos, sino también la libertad auténtica. Como bien dice Jeff Foster, la verdadera paz no es evitar los desafíos, sino encontrar la calma en medio de ellos. Y esa calma proviene del simple y profundo reconocimiento de quiénes somos en esencia.

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