Simplemente siéntate aquí, ahora. No hagas nada. Descansa. Porque tu separación de Dios es el trabajo más arduo del mundo. HAFIZ
Hoy en dia estamos en guerra con todo; luchamos contra el terrorismo, luchamos contra las enfermedades, luchamos contra el hambre, luchamos contra el cambio climático. Luchamos buscando incesantemente soluciones a todos nuestros males. Pero parece que el bienestar fundamental de la humanidad no se termina de desplegar. Muy al contrario, parece atascarse, complicarse y deteriorarse.
Así desarrollamos nuevos antibióticos solo para descubrir que la astuta naturaleza evoluciona con bacterias más resistentes. A pesar de los esfuerzos en la medicina, el cáncer, el Alzheimer y otras enfermedades degenerativas siguen aumentando exponencialmente. Cada vez hay más hambre en el mundo y los ataques terroristas continúan su escalada en el mundo. A pesar del esfuerzo para detener el cambio climático siguen destruyéndose a velocidad vertiginosa ecosistemas, explotándose recursos naturales sin medida y extinguiéndose especies animales y vegetales necesarias para la sostenibilidad del planeta. En las organizaciones los lideres siguen considerando e impulsando el crecimiento como principal variable de salud empresarial -midiendo ferozmente el incremento del valor bursátil o el aumento de su cuota de mercado- pero ignoran el drástico aumento de la infelicidad de sus empleados y de las personas, en general. Según Gallup los habitantes de este planeta sienten cada vez más ira, tristeza, dolor, frustración, preocupación y estrés.
El Falso Self
Toda lucha deriva, inevitablemente, en guerra. Es imposible encontrar la paz en la lucha, así como no podemos encontrar el silencio, gritando. La guerra es, de fondo, una guerra contra nosotros mismos. Tratamos de racionalizar en exceso la búsqueda de soluciones y cuanto más involucramos la mente, más parece que nos vamos alejando y se va fragmentando el mundo. Cuanto más racionalizamos, más nos perdemos en los laberinticos dominios de nuestros falso self. Nos perdemos en una maraña de pensamientos, creencias y puntos de vista y no nos damos cuenta de que el problema es precisamente el origen de la búsqueda: la necesidad de una constante satisfacción de la construcción egoica.
Hay un sinfín de niveles de memoria en la mente, un laberinto de espirales, y cuando la consciencia en su infinita libertad creadora se identifica con esta mente limitada, queda atada a ese condicionamiento que llamamos ego, en el nivel personal, o MATRIX, en el nivel social y cultural.
El ego o falso self, en su esencia, es carencia y siempre tratará de ganar o evitar perder. Ese personaje ficticio con el que ilusoriamente nos identificamos quiere siempre más dinero, más belleza, más juventud, más poder, más amor, más de todo. El ego es la máquina de “obtener”, e, incluso, quienes transitan el sendero espiritual, quieren ser más ecuánimes, más despiertos, más iluminadas, más cerca de Dios. Es el camino del ego espiritual.
El ego es, en definitiva, un resorte automático, un mecanismo de repetición. Es el camino que la energía tomó en un inicio y tiende a perpetuarse indefinidamente independiente de si es saludable o no para el organismo.
En ese viaje quedamos atrapados en esos infinitos patrones de aferramiento al placer y evitación del dolor que se subliman en comportamientos patológicos: trabajo, relaciones, creencias, pensamientos y formas de vivir.
Demasiadas personas viven y mueren en subyugación pasiva a esa construcción ilusoria. Quedan atrapados, también, porque muchos de estos comportamientos conllevan el beneplácito e incluso la admiración social, pero como bien decía Krishnamurti, “estar bien adaptado a una sociedad enferma no es una buena forma de medir la salud”.
Prisioneros
Vivimos, así, como los prisioneros de la caverna de Platón, atados y encerrados en estrechos patrones y jamás se nos ocurre que podamos liberarnos real y definitivamente. Seguimos encadenados, fascinados por las sombras de la ilusión, amarrados inocentemente por las creencias que nos impiden ver algo más. Preferimos permanecer en Maya, bajo el velo de Isis, vinculados a aquello que nos resulta familiar, que cuestionar lo conocido: nuestra Fe, nuestras creencias o puntos de vista fundamentales. Preferimos permanecer en esa suerte de campana de cristal que parece protegernos, pero realmente nos separa de la vida.
Así, a fuego lento, nos vamos muriendo en vida. Nos vamos frustrando, amargando y encogiendo. Nos hemos acostumbrado a vivir en esa prisión. Nos hemos acostumbrado a convivir con ese sufrimiento de fondo. Thoreau lo expresa brillantemente: “casi todas las personas viven su vida en una silenciosa desesperación”.
La mayoría de nosotros nunca descubrirá la auténtica expresión de libertad, felicidad y plenitud total porque tratamos de encontrar respuestas en la satisfacción del consumo y nuestras agendas personales. Tratamos de cambiar y “alcanzarnos” como quien trata de cambiar el reflejo del espejo. No nos damos cuenta de que somos el espejo.
El Punto Ciego
El punto ciego del conflicto es precisamente ignorar que estamos alimentando con nuestra búsqueda y nuestro consumo desenfrenado, un espejismo. Ignoramos que nuestra realidad fundamental no requiere ser completada. Nuestra realidad fundamental -paz, plenitud, libertad, seguridad- no es carente y no puede ser añadida, ni puede ser restada.
Las sensaciones continuas de insatisfacción, frustración o necesidad no reflejan la carencia o falta, sino la ignorancia de que estamos pasando por alto nuestra identidad real. Por eso no podemos escapar de esas sensaciones de malestar por mucho que hagamos o nos parezca que estemos logrando en la vida.
Todo viaje que parta del yo-separado, incluido tales como convertirte en “mejor persona” o buscar el “desarrollo personal”, naufragará en los mares del sufrimiento y de la ignorancia. Fracasará, sencillamente, porque el 100% de lo que hacemos o queremos lograr lo hacemos o logramos para alguien que no existe.
Cuando vislumbramos ese punto ciego, cuando el personaje va perdiendo fuerza, la vida se va transformando porque hay menos resistencia a lo que surge, menos resistencia a lo que ES. Todo sufrimiento es resistencia. Pero menos sufrimiento no significa, ni mucho menos, el cese del dolor. Menos sufrimiento significa que hay menos mente/personaje/ego en oposición a aquello que aparece.
La vida es la misma y es bien distinta porque hay menos fricción con el personaje imaginado. El hacer personal queda relegado por un hacer impersonal: “Antes de la iluminación corto leña, llevo agua. Después de la iluminación, la leña es cortada, el agua es llevada”. (Proverbio Zen).
El Error de Descartes
El punto ciego y la condena de la civilización a permanecer en la sombra tiene un origen en Descartes, en aquello de “pienso luego existo”. El error de Descartes no es, sencillamente, partir del “pensar” en lugar del “sentir”. Esto es a lo que apunta Antonio Damásio con su tesis “siento, luego existo” en su libro el Error de Descartes. El error fundamental de Descartes es, que no avanza en el proceso de vichara o (auto)indagación. Sitúa la identidad fundamental en el nivel del pensar y razonar, pero no lo trasciende. No llega al fondo real de todo lo que ES. No llega al YO SOY.
Tanto Descartes como Buda decían que había que dudar de todo para revelar lo que es cierto. La diferencia es que Buda llegó más lejos. Entro en los niveles más profundos de la mente. Discernió lo transitorio de lo permanente hasta llegar a lo que ES: pura presencia. Buda y las enseñanzas del Vedanta Advaita realmente supieron desvelar la ilusión fundamental para llegar a la realidad última.
Atravesando la Razón
En este sentido, recientemente debatía con un profesor universitario religioso y filosóficamente muy cualificado, sobre la existencia de Dios. Ante su Fe, yo argumentaba que “creer en Dios” es “no conocer a Dios”. O al menos, si queremos avanzar en nuestro entendimiento y acercarnos a una verdad más fundamental, a la verdad impersonal, habría que atreverse a explorar esa diferencia. Habría que explorar si la Fe surge de la creencia, es decir de lo aprendido, o de la intuición, de la sabiduría, más allá de la mente racional. Porque “tener Fe”, generalmente, significa que “lo que creo es Verdad”.
La experiencia de Dios de una persona religiosa puede surgir de una intuición real -de que somos algo más que este cuerpo- pero que deriva, la mayoría de las veces, en una suerte de separación ilusoria: yo estoy aquí y allí está mi creador. Y es precisamente la separación de Dios (llámalo consciencia, vida o realidad) el origen del sufrimiento. Como dice el poeta, la separación de Dios -realidad, verdad, consciencia- es el trabajo más arduo, porque tengo que forzar y mantener una creencia para activar la experiencia de separación. La separación que sentimos es una ilusión construida, basada en la ignorancia fundamental de nuestra identidad real. Es la ilusión de que yo soy alguien (el personaje, ego o falso self) separado de todo o del Todo.
El profesor debatía incesantemente con argumentos filosóficos, citando autores ilustres, pero los razonamientos nos atrapaban cada vez más en una batalla sin fin, con ese juego de palabras que nos perdía, cada vez más, en el laberinto de la mente. Es lo que suele ocurrir: la mente alimentándose de argumentos y defendiéndose del fracaso/muerte construyendo narrativas cada vez más sofisticadas. ¡Hay que derribar al otro o muero! Así se va reforzando y perpetuando la estructura egoica, la lucha y la guerra.
La solución: dejar de pensar y comenzar a mirar. ¿Mirar qué? Mirar la experiencia directa. Mirar lo que es. Mirar lo que es cierto para ti/para mí en este momento.
Mirar e Indagar
Miremos.
Lector, cuando te digo que me hables de ti, ¿qué me vas a contar?
Vas a hablarme de tu biografía, de tus características o sensaciones corporales, de tus pensamientos, de tus emociones…Vas a hablarme, en definitiva, de objetos transitorios que van a apareciendo -y desapareciendo- y que llevan aparejados la etiqueta de “Pedro” o de “María”.
Atravesemos ahora el paradigma de Descartes, indagando más profundamente. Miremos más allá de lo transitorio. “Deja que venga lo que venga, deja ir lo que se vaya. Ve lo que permanece”. (Ramana Maharshi)
Indaguemos.
¿Quién es consciente de todo eso? ¿Quién lo está contando? ¿Quién lo está experimentando? ¿Quién lo está viviendo? ¿Quién conoce todo eso? Es siempre el mismo interrogante formulado de forma diferente. La pregunta no apunta al contenido del espejo (transitorio), sino al espejo en sí (permanente). La pregunta apunta a la realidad fundamental, a la realidad absoluta, a la realidad última.
“Pedro” o “María” es un conjunto de fenómenos que llevan la etiqueta “Pedro” o “María”. ¿Quién es consciente de todo esto? No es “Pedro” o “María” porque son, precisamente, un conjunto de fenómenos. Y, ¿quién conoce los fenómenos? ¿Quién es consciente/experimenta/conoce a “Pedro” o “María”?
La respuesta real es puro silencio. Y también es re-conocimiento. La respuesta es “YO”. Y “YO” no puedo ser ubicado como fenómeno con cualidades objetivas porque no las tiene. “YO”, siendo todo lo que ES, lo absoluto, lo real, la verdad, … disuelve toda dualidad, disuelve toda lucha.
El Otro Camino
Decían los pitagóricos que el inicio es la mitad de todo. Así parece que podemos emprender dos caminos opuestos en la senda de la vida. El camino que parte de la carencia (ego) o el camino que parte de la realidad o de la plenitud que somos (esencia). En cierto modo podemos elegir el camino del otro (ego) o el otro camino, aquel que nos lleva más allá de la identificación con la ilusión fundamental. El otro camino nos lleva a lo absolutamente Real, a la Verdad.
La solución a los problemas del mundo no es luchar por la paz o conquistar la naturaleza sino simplemente reconocer la verdad (impersonal). La existencia de la construcción egoica crea la dualidad y por tanto una división entre yo y el otro, lo mío y lo tuyo, el hombre y la naturaleza, el hombre y dios, lo interior y lo exterior. El ego es violencia y necesita una barrera, necesita el límite del otro para poder ser. Sin ego no hay guerra. No hay opuestos y todo se disuelve en lo que es. Todo vuelve a casa. Todo es Amor, Aceptación, Paz y Plenitud.
Hoy en día tenemos la sensación continua de lucha; luchamos contra nuestra despertador cada mañana, contra la procrastinación, contra el terrorismo, luchamos contra las enfermedades, luchamos contra el hambre, luchamos contra el cambio climático, luchamos con nuestra pareja o hijos, luchamos con nuestros compañeros de trabajo y nuestro trabajo, contra la arrugas del tiempo, las canas del pelo, el deterioro de nuestro cuerpo.
Luchamos buscando incesantemente soluciones a todos nuestros males, no nos gusta nuestra experiencia humana, queremos que lo que vivimos cambie. Pero parece que el bienestar fundamental de la humanidad y el nuestro no se termina de desplegar. Muy al contrario, parece atascarse, complicarse y deteriorarse. Y nos preguntamos: y cual será el camino de la liberación de tanta lucha?
Es el OTRO CAMINO. Pero, … ¿y si no hubiera camino?