EL OCASO DEL EGO

Ver lo que es el yo separado (EGO) es ver que no existe

Rupert Spira

Los cimientos del EGO

Al nacer, un niño no sabe que ha nacido. Ni siquiera sabe que es un bebe o que ha nacido a un mundo determinado. El infante experimenta la totalidad que es, un conglomerado homogéneo de experiencia que no distingue entre su cuerpo y el de su madre, ni de un cosquilleo en su tripa de la sensación que adviene en su mano al rozar un objeto. El bebe es uno con el mundo, en el que “la consciencia que es” queda plenamente sumergida en la experiencia del instante. El bebe percibe y aprecia el mundo y a sí mismo al igual que un pez se percibe en el océano, ignorando que es un pez, ignorando que está inmerso en el océano. 

A partir de cierto momento, alrededor de los 18 meses, el niño comienza a discernir y conceptualizar instintivamente la experiencia, separando cada objeto experimentado de sí mismo: no soy mi madre, no soy esta habitación, no soy las emociones que tengo, no soy mis hermanos…soy YO. Y así, en la medida que se va separando de los objetos de experiencia, va surgiendo y se van reforzando los límites del sentido del YO (SELF).

Es el proceso natural de cualquier ser humano y que en la filosofía y religión hindú se conoce como neti-neti. No soy esto, no soy aquello…soy lo que queda al final de la resta. Soy lo que queda cuando nada más puede ser sustraído. Al final solo queda aquello que es consciente de todo objeto restado. Dicho de otro modo, solo queda aquello que no es objeto del conocer de la experiencia. Sólo queda el sujeto de la experiencia quien, a su vez, no puede ser experimentado.    

A partir de la identificación con el cuerpo, y más adelante con la mente, como identidad fundamental, paramos el proceso de discernimiento de nuestra naturaleza innata y es aquí donde termina el viaje de autoconocimiento de la inmensa mayoría. Aquí termina, desafortunadamente, su búsqueda. Las conclusiones de esta interrupción, la falsa identificación con nuestro cuerpo-mente, constituyen los cimientos del desarrollo del EGO (YO separado), y es la causa central de todo sufrimiento humano.  

Todo sufrimiento aparece y se despliega porque coloca en el eje central de todo relato un personaje separado del mundo y carente, que tiene que completarse. Este personaje, que realmente no tiene entidad, sino que es resultado de una automática actividad mental, también lo llamamos EGO. El EGO ES resistencia. El EGO ES sufrimiento.    

La continuación del proceso 

Lo que queda al final del proceso sustractivo que inicia naturalmente el bebé, es aquello que no cambia y que el infante identifica, erróneamente, con el cuerpo. Todo parece apuntar que lo que permanece, lo inmutable, es el cuerpo (y la mente). De esta manera se asienta la identidad del YO en el espacio cuerpo-mente: Yo soy mi cuerpo. Yo soy mi mente.         

Si tenemos la fortuna y la gracia de darnos cuenta, mediante nuestra experiencia directa, y seguir este proceso natural de discernimiento donde lo dejamos siendo bebés, nos daríamos cuenta de que no somos el cuerpo, ni somos la mente. Cuerpo y mente tan solo son pensamientos, percepciones, sensaciones, relaciones e imágenes que van a apareciendo y desapareciendo en un fondo que es anterior al constructo cuerpo-mente. Aquello anterior es ese vasto espacio, eterno (sin tiempo) e infinito (no localizable), que llamamos consciencia.

Ese espacio inmutable en el que aparecen y desaparecen todos los objetos de conciencia es el auténtico eje de “mi” (impersonal) vida.

El verdadero YO, por tanto, no es tu YO al que te refieres habitualmente. Aquel que tiene un nombre, una edad, una profesión, un rol… es el espacio impersonal en lo cual aparece tu cuerpo y mente; aquello de lo que no puede prescindir ningún ser vivo, ajeno a toda coordenada temporal -espacial y que existe, afortunadamente, independientemente de tu esfuerzo personal.    

Rey Lear: la búsqueda de identidad

A lo largo de nuestra vida tal vez se active en nosotros la búsqueda de nuestra identidad tal y como grandes autores de la literatura universal han señalado.  

¿Quién me puede decir quién soy yo?

Esta pregunta del Rey Lear es una de las preguntas fundamentales en la obra de Shakespeare, y que señalan los ecos de la profunda búsqueda humana de la identidad.  A través de la búsqueda de Lear, Shakespeare plantea una pregunta aparentemente simple pero absolutamente necesaria: ¿quiénes somos como seres humanos? A través de una exploración de esta cuestión, Shakespeare transmite la universalidad del viaje de Lear hacia el autoconocimiento. Shakespeare no presenta a Lear como un hombre que sufre una pérdida de identidad, sino más bien como un hombre confundido con su noción de sí mismo.

La confusión que experimenta Lear conduce a su sufrimiento. Sin embargo, aprende a identificar, en un primer paso, lo que es más importante para él. Al principio, Lear se enfrentó a qué es exactamente lo que necesita, quizás sin saberlo, preguntando qué es exactamente lo que lo convierte en Lear. Ahora descubre que el amor es lo que le hace falta, especialmente el amor de su hija Cordelia, a quien había tratado injustamente.

El cambio de la escena inicial de King Lear a las líneas finales del personaje principal es notable. Al principio, Lear había exigido la atención de todos, ahora, su mirada gira y sus últimas palabras llaman la atención sobre Cordelia, alguien que no es él mismo: “¡Mírala! Mira, sus labios. / Mira allí, mira allí”. Se libera y atraviesa las garras del EGO y reconoce a Cordelia como algo más valioso que él, y su amor y existencia como algo necesario. Lear ha ampliado así notablemente la profundidad de su autoconocimiento. A través de su sufrimiento, Lear puede aprender sobre su noción de sí mismo y del amor.

Al final de la obra y de su vida, Lear se ha iluminado parcialmente, pero no ha podido responder completamente a su pregunta inicial porque no descubre lo que es sino lo que le falta para sentirse completo.

No hay respuesta aparentemente fácil, pero podríamos concluir que Lear, al final de su vida, se da cuenta que no es un padre y tampoco es un rey porque ambas funciones o roles son posteriores y cambiantes al “sí mismo”. La “verdad” la encuentra en el amor que siente por su hija y que trasciende y es anterior a todo personaje (rey, padre) que ha ido construyendo a lo largo de su existencia. El sí mismo que identifica Lear, es AMOR. La identidad fundamental de Lear es amor. Y cuando el EGO deja de interferir la narrativa de carencia y de mirada, aquello que es, puro amor en movimiento, se despliega con la intensidad de un dia soleado en un cielo de radiante azul.

Lear, para iluminarse plenamente, tan solo debería darse cuenta de que aquello que busca tan desesperadamente, AMOR, el AMOR que lo trasciende todo y parece ser transferido y correspondido por su hija Cordelia, es el “sí mismo” buscado. Lear es pura conciencia. Lear es amor. O como bien dice Ramesh Balsekar, el buscador es lo buscado.

El ocaso del EGO

Nosotros, al igual que Lear, estamos desorientados y confundimos nuestro personaje, EGO o YO separado, con nuestra “auténtica identidad”. El condicionamiento familiar, social y cultural nos lleva inequívocamente a estrellarnos contra ese dique de contención que está hecho en esencia de cuerpo, mente y miedo.

El EGO es ese mecanismo repetitivo que quiere perpetuarse y garantizar(se) la supervivencia. Pero el EGO es transitorio, es cambiante, por naturaleza. Es una actividad que aparece y desaparece en el mismo y único espacio en el que todo acontece.             

Entonces al igual que Lear cabe preguntar ¿Quién soy yo, realmente?

Si desarrollamos un poco más la metáfora del Rey Lear, y presenciamos una obra de teatro con sus personajes puestos en escena, podemos ver que hay un aspecto muy específico de la experiencia del Rey Lear que no está limitado al carácter del personaje o a las situaciones o circunstancias que concurren.

Juan Pérez, el actor que encarna al personaje, no aparece en el mundo del Rey Lear. Si desprendemos a Lear de toda su indumentaria y de su narrativa, solo queda Juan Pérez. Por lo tanto, nunca ha habido un YO separado o un EGO más que como relato o narrativa superpuesta a Juan Perez.

El rey Lear es tan solo una acotación temporal de lo único que hay: Juan Perez. Nuestro particular “personaje” es tan sólo la limitación temporal de la infinita consciencia que somos y que crea una experiencia de ilusión de separación, de carencia y , por tanto, de sufrimiento.

No existe el YO separado. No existe el EGO. El único YO que existe es pura consciencia.

Cada uno de nosotros es consciencia desnuda que se va arropando con emociones, sensaciones y percepciones como el policía o el ejecutivo desnudo que se imbuye en los roles de hombre, mujer, padre, madre, profesional, amigo, etc. Pero lo cierto es que el ejecutivo o el policía, nunca han dejado de ser lo que son, pura consciencia, como el Rey Lear nunca a dejado de ser Juan Pérez.     

Cuanto más continuemos el discernimiento que antaño interrumpimos de bebés, cuanto más nos interesemos profundamente en desvelar quien es REALMENTE ese YO que aparece en nuestra experiencia y rasguemos todas sus vestiduras, más reconoceremos que aquello que perseguimos, el ocaso del EGO, realmente nunca ha sido posible porque nunca ha existido y todo sufrimiento simplemente es resultado de una falsa identificación.

Reconocimiento es liberación. El reconocimiento de nuestra auténtica naturaleza desenmascara la ilusión de separación y de carencia y nos libera, sentando las bases del fin del sufrimiento.   

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